Tras las profetización y compendio entre los acuerdos clericales, se optó por un gran proyecto, el de recomponer el cristianismo en lugares donde en su día fue la religión primordial, ganarse el apoyo de súbditos a la labor de los mercantes militares tratando de erradicar a los infieles, herejes de la patria que desolaron a su desazón el prestigioso estatus de la palabra de dios.
No sólo era un proceso de reconquista sino de conquista, lo foráneo y lo insólito se unían para dar a cabo en virtud de las fuentes profesas, instando así, una contingente propaganda con el único objetivo de captar a las masas, esperanzadoras de un futuro esclarecedor subsidiado por la omnipotencia del ser divino, él les protegería hacia el camino de la venganza y el bien, lo vano y lo justo, no habiendo exención para el reo y heterodoxo que trató de reprobar el canon erigido.
Es así como una gran masa de población se traslada desde lo rural hacia lo urbano, haciendo de las ciudades grandes masas civiles arraigadas a una sociedad industrializada reavivando la armonía general frente al requerir de la mano de obra barata y en la mayoría de las ocasiones despreciada, porque no hay que olvidar las escasas condiciones laborales a las que los obreros se enfrentaban; miseria y desdeño hacía la obtención de una vida saludable, siempre en manipulación inconsciente de la hegemonía eclesiástica.
Mientras, los grandes centros metropolitanos eran abarcados por recientes avenidos, las áreas rurales se despoblaban neutralizando todo avance habido y por haber, debido a la escasez de recursos que ello comprendía. El camino era arduo, pero siempre en la protección bienaventurada, cuyos profetas nigromantes prometían la paz en su regazo, y la visión del mañana bajo el temor escatológico, un fin del mundo a la deriva pero imparcial y equitativo, a la par que ilusorio, pero esperanzador como uno camino debatir del hambre en la consciencia colectiva.
A esta corriente infructuosa se dio cargo, o mejor dicho se materializó en los actos de las cruzadas, agentes circunscritos apoyaban tal hipótesis, pero además sumaban a la dicha grandes preceptos que interpretarían el ámbito circunstancial de aquellas emotivas generaciones proletarizadas.
Hablamos de personajes históricos populares, de la mano de Roberto de Abrissel, promotor de la orden de Fontevrault, Pedro el Ermitaño, monje humilde, libertario de toda condición ajena a su persona bajo las sumisas caminatas hacia Amiens, de él se dice que subsistía sin la ingesta de pan y carne, ¿un proto vegano quizás jajaja?.
Ambos iluminados de la palabra, embaucaban a las asociaciones patriarcales, augurando en sí mismas, grandes periodos de procesos tornadizos, volubles al bien abstracto que pretendían abolir los óbices impuestos hasta entonces, para dar paso a una mejora estructural de la existencia ciudadana.
Se puede conferir que, realmente sus obtenciones se hicieron verídicas, o al menos a estancias de su inicio hasta el fin de larga correría del tiempo cruzado:
La jerarquía se normalizó como tótem axiomático; la mujer en un papel anacrónico ejerce de voluntaria en la comitiva de la reprimenda hacia los pecadores, así lo predispone Alberto de Aix, cronista fundamental de la avanzada religiosa, relatando que el sexo femenino portó un gran protagonismo en las comunidades dúplices, comandadas por “prioras y abadesas”, en ocasiones masacradas por los turcos bajo la dirección del ermitaño, aunque los recelosos perdonaron la vida a los más pequeños del séquito.
Los niños eran objeto de influjo, sus charlas eran captadas por los mismos haciendo de ellos sirvientes a la patria, que buscarían en la edad adulta la venganza requerida para proseguir con toda marcha insurgente.
Toda clase noble toleró el cariz de la perspectiva novísima, e incluso la clase caballeresca declinó toda dádiva concebida debida a su honor y valentía.
Aunque otros tantos, en una posición minoritaria, achacaban tal confusión como objetivo vano del más anarquismo indignante, dando paso a una sociedad pseudo feudal pretendiendo un nuevo orden globalizado.
Poco a poco la tribulación peregrina acrecentó sus partícipes, la mayoría, como bien hemos señalizado antes de gran carga familiar, y de poco porvenir subsistente (hambrunas y pobreza), aditivo a tales características, la aflicción que tenían todo viaje hacia el punto premeditado turco, que poco a poco vencían a los insurrectos, después de dar destellos de lucidez fallida en numerosas expediciones ayudados por la marina bizantina, hacia al otro lado de Bósboro, incursionando en posiciones enemigas colindantes a nicea.
Gran parte de este contrarresto es debido a los indisciplinados que se revolucionaban contra sus confraternos saqueando las aldeas vecinas en un intento de riqueza consabida, siempre bajo el control turco, los cuales conforme con sus actos, se aliaban con los propios, desde el fuerte Civetot, avituallamiento bizantino, emplazado a orillas del Mármara.
Finalmente los turcos contraatacaron la fortaleza de Xerigordon, ocluyendo con su toma, y masacrando a los refugiados que morían de hambre y sed debido a la reducción de víveres, siendo el principio del fin, una larga estela resurgiría sin claro éxito afianzado, pudiéndose datar la fecha definitiva en el año 1096, dando fin a la cruzada de los pobres.
No sólo era un proceso de reconquista sino de conquista, lo foráneo y lo insólito se unían para dar a cabo en virtud de las fuentes profesas, instando así, una contingente propaganda con el único objetivo de captar a las masas, esperanzadoras de un futuro esclarecedor subsidiado por la omnipotencia del ser divino, él les protegería hacia el camino de la venganza y el bien, lo vano y lo justo, no habiendo exención para el reo y heterodoxo que trató de reprobar el canon erigido.
Es así como una gran masa de población se traslada desde lo rural hacia lo urbano, haciendo de las ciudades grandes masas civiles arraigadas a una sociedad industrializada reavivando la armonía general frente al requerir de la mano de obra barata y en la mayoría de las ocasiones despreciada, porque no hay que olvidar las escasas condiciones laborales a las que los obreros se enfrentaban; miseria y desdeño hacía la obtención de una vida saludable, siempre en manipulación inconsciente de la hegemonía eclesiástica.
Mientras, los grandes centros metropolitanos eran abarcados por recientes avenidos, las áreas rurales se despoblaban neutralizando todo avance habido y por haber, debido a la escasez de recursos que ello comprendía. El camino era arduo, pero siempre en la protección bienaventurada, cuyos profetas nigromantes prometían la paz en su regazo, y la visión del mañana bajo el temor escatológico, un fin del mundo a la deriva pero imparcial y equitativo, a la par que ilusorio, pero esperanzador como uno camino debatir del hambre en la consciencia colectiva.
A esta corriente infructuosa se dio cargo, o mejor dicho se materializó en los actos de las cruzadas, agentes circunscritos apoyaban tal hipótesis, pero además sumaban a la dicha grandes preceptos que interpretarían el ámbito circunstancial de aquellas emotivas generaciones proletarizadas.
Hablamos de personajes históricos populares, de la mano de Roberto de Abrissel, promotor de la orden de Fontevrault, Pedro el Ermitaño, monje humilde, libertario de toda condición ajena a su persona bajo las sumisas caminatas hacia Amiens, de él se dice que subsistía sin la ingesta de pan y carne, ¿un proto vegano quizás jajaja?.
Ambos iluminados de la palabra, embaucaban a las asociaciones patriarcales, augurando en sí mismas, grandes periodos de procesos tornadizos, volubles al bien abstracto que pretendían abolir los óbices impuestos hasta entonces, para dar paso a una mejora estructural de la existencia ciudadana.
Se puede conferir que, realmente sus obtenciones se hicieron verídicas, o al menos a estancias de su inicio hasta el fin de larga correría del tiempo cruzado:
La jerarquía se normalizó como tótem axiomático; la mujer en un papel anacrónico ejerce de voluntaria en la comitiva de la reprimenda hacia los pecadores, así lo predispone Alberto de Aix, cronista fundamental de la avanzada religiosa, relatando que el sexo femenino portó un gran protagonismo en las comunidades dúplices, comandadas por “prioras y abadesas”, en ocasiones masacradas por los turcos bajo la dirección del ermitaño, aunque los recelosos perdonaron la vida a los más pequeños del séquito.
Los niños eran objeto de influjo, sus charlas eran captadas por los mismos haciendo de ellos sirvientes a la patria, que buscarían en la edad adulta la venganza requerida para proseguir con toda marcha insurgente.
Toda clase noble toleró el cariz de la perspectiva novísima, e incluso la clase caballeresca declinó toda dádiva concebida debida a su honor y valentía.
Aunque otros tantos, en una posición minoritaria, achacaban tal confusión como objetivo vano del más anarquismo indignante, dando paso a una sociedad pseudo feudal pretendiendo un nuevo orden globalizado.
Poco a poco la tribulación peregrina acrecentó sus partícipes, la mayoría, como bien hemos señalizado antes de gran carga familiar, y de poco porvenir subsistente (hambrunas y pobreza), aditivo a tales características, la aflicción que tenían todo viaje hacia el punto premeditado turco, que poco a poco vencían a los insurrectos, después de dar destellos de lucidez fallida en numerosas expediciones ayudados por la marina bizantina, hacia al otro lado de Bósboro, incursionando en posiciones enemigas colindantes a nicea.
Gran parte de este contrarresto es debido a los indisciplinados que se revolucionaban contra sus confraternos saqueando las aldeas vecinas en un intento de riqueza consabida, siempre bajo el control turco, los cuales conforme con sus actos, se aliaban con los propios, desde el fuerte Civetot, avituallamiento bizantino, emplazado a orillas del Mármara.
Finalmente los turcos contraatacaron la fortaleza de Xerigordon, ocluyendo con su toma, y masacrando a los refugiados que morían de hambre y sed debido a la reducción de víveres, siendo el principio del fin, una larga estela resurgiría sin claro éxito afianzado, pudiéndose datar la fecha definitiva en el año 1096, dando fin a la cruzada de los pobres.